Y ¿Qué hago? Si hace un par de meses me despierto con la imagen de tu rostro en mi mente.
Contigo, solo a tu lado, he decidido tomar el riesgo de volver a sentir... quizás a amar, tan suicida e inevitablemente.
Contigo he aprendido que el amor no es un ideal, sino una realidad.
Un concepto que se traduce en dos personas que, no obstante sus infinitos defectos, se encuentran perfectas entre sí.
A tu lado quiero vivir un hoy. Un presente, pero de esos que duran una eternidad.
Y es que cada día anhelo caer inmersa en un sueño del que tú eres el protagonista.
Aunque todo es mejor aún, cuando, con los ojos cerrados, no debo imaginarte, pues estás junto a mí.
Y es que no quiero a nadie más. Sólo a tus besos, solo a tu amor, solo a tu peculiar forma de dibujar una sonrisa en mis labios, como la que ahora se traza mientras escribo para ti.
He
llegado a la conclusión de que usted y yo no nos necesitamos. Solo estamos
juntos por estar.
No
nos engañemos más. Aquí nada va a crecer. Aquí no hay amor. No hay vida. No hay
bases sobre las qué construir. Usted quiere una casa prefabricada y yo quiero
una mansión.
Yo
quiero amor verdadero. Que pueda sentir. Y no lo siento.
Tal
vez usted tiene miedo de hacerme feliz, de encontrarme y perderse en mí.
Usted
tiene un inmenso temor de enamorarse de mí. Pero no quiero seguir luchando.
Voy
a dejar que el río siga su cauce, así sin más. Sin forzar su rumbo. No seguiré
poniendo rocas en el camino para desviar sus aguas.
Usted
busca temporalidad, pero yo busco infinidad. Estamos por rumbos distintos.
Queremos cosas diferentes ¿Para qué continuar en un cuento que no tiene final
feliz?
Yo
sí quiero un amor así. Ese que me haga latir el corazón, con tal fuerza, que
solo quiera estar a su lado por lo que me resta de vida.
Pero
parece que usted no.
No
seguiré esperando nada suyo. Nada. Solo de mí.
El
camino sigue y yo tengo los brazos abiertos.
Hoy
me resigno y acepto. Sigo con la cabeza al frente. Esperando por alguien que
usted, evidentemente, no quiere ser en mi vida: mi amor eterno.