Aquella mujer
que siente ese dolor sin remedio,
se pregunta,
grita,
llora,
se lanza a sus adentros.
Camina,
imagina,
se abalanza sobre su cama vacía,
esa que ya no guarda las emociones de un día.
No ve salida,
espera,
espera
y desespera.
Se intenta convencer.
Decae y se levanta.
Se levanta para siempre.
Ahora se siente valiente,
hermosa
e imponente.
Siente aquel deseo
de pararse con la frente en alto,
de seguir su rumbo
que brilla en el horizonte.
De encontrar
y vivir
mejores experiencias.
De amarse eternamente,
de sentirse valorada,
de vivir sin más tristezas,
sin necesidad de nada,
de no dejar borrar esa sonrisa
ni sus ojos avellana.
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